lunes, 3 de mayo de 2010

El peso de la historia

Podrán decir que ya no canta, que sus mejores tiempos no son precisamente los actuales, que ya no está para estos trotes o cosas similares. Pero en su defensa hay que decir que quien se acerca hoy a un concierto de Patricio Manns no va en busca de una voz primorosa ni nada de eso. Más bien acude a una cita con la historia.

Con 72 años a cuestas y de un recorrido envidiable como cronista de nuestra realidad, Manns representa una época superlativa de creación en la música chilena, desde sus temas como solista que conforman nuestro más selecto repertorio hasta sus continuas participaciones con conjuntos de iguales pergaminos. Quizás eso ayude a explicar por qué pese a la escasa difusión de su recital, el hombre aún sea capaz de reunir una buena cantidad de seguidores a su alrededor.

Lo de ayer estuvo lejos de ser una exhibición musical del cantautor, salvo por el virtuosismo de su percusionista y sus dos guitarristas. Poco importó que desafinara, que entrara a destiempo en algunas estrofas o que simplemente olvidara las letras a pesar de contar con un atril que le refrescaba la memoria. Intuyo que la gente que asistió el sábado 1 de mayo (día emblemático, cómo no) al Teatro Cariola sabía de antemano con qué se iba a encontrar al momento de pagar una entrada y por lo mismo apostó por la trayectoria más que por el presente.

Porque quizás cuántas de las personas que anoche concurrieron al mítico recinto de calle San Diego tienen una historia personal ligada a alguna canción de Patricio Manns. Cuántos trozos de vidas esparcidos en el tiempo no se reconstruyeron al son de una melodía suya. O tal vez el simple ejercicio de recordar, de “pasar por el corazón” como dice la etimología de la palabra, nos mueva a suspender por dos horas nuestra abrumada rutina para ingresar en un estado de catarsis colectiva.

De otra forma no se explica tanto magnetismo. No se está ante un aparecido, sino ante una leyenda viva de la música nacional que por diversas razones (algunas más que evidentes como ese deporte tan nuestro de despreciar todo lo que brote de esta tierra) todavía no logra ser relevado como un imprescindible de la cultura chilena.

Acertadamente Manns –quien fue antecedido por el trovador Marcelo Ricardi y el grupo de música andina Ilpa Kamani- se inclinó por un repertorio probado, con canciones emblemáticas que fueron coreadas con entusiasmo por casi todos. Pero tampoco se debe olvidar que la velada de antenoche tenía como propósito presentar su nueva producción tras siete años de “abstinencia discográfica”.

Le llamó “La tierra entera” y en la breve muestra que ofreció en el recital asoman temáticas acordes a los nuevos tiempos, condenando el desastre ecológico generado por las mineras (“En Pascua Lama”) y la represión brutal que sufre el pueblo mapuche aun en democracia (“Araucarita”). En lo estrictamente musical vuelve a poner en relieve su afición por los boleros como el tema que da nombre al disco.

Capítulo aparte merecen sus composiciones antiguas -pero más desconocidas- donde encandila con su lúcida pluma como “La canción que te debo” (dedicada a su madre), “Canto esclavo” y la chacarera “Ya no somos nosotros” (por más que César Isella le insinuara que en realidad no era chacarera, sino que “una hueá chilena”).

No obstante aquello, uno de los momentos más sentidos se generó en su interpretación de “Cuando me acuerdo de mi país”, acaso la mejor canción chilena escrita en el exilio y sobre el exilio.

La poca sincronización de Manns fue aplacada por sus dos guitarristas que le dieron una “manito” ajustando los tiempos a su medida. Bastaba mirar los rostros desconcertados de los instrumentistas para notar su incomodidad, apenas disimulada por sonrisas cómplices entre ambos. Igual de jocoso fue el momento en que recordó dos de las canciones compuestas junto a Horacio Salinas (“Vuelvo” y “Medianoche”) donde se animó de hablar del “Inti Prehistórico” para referirse a una de las facciones del grupo.

Pocos artistas en Chile se dan el gusto de cantar en un teatro casi repleto aunque la calidad vocal ya no sea la de antes. Patricio Manns sí se puede tomar esa licencia porque más de 50 años de carrera así lo avalan. Seamos justos: en vivo tampoco resulta una tortura para el oído como muchos han esgrimido. Algunos le llamarán oficio; otros, credibilidad; mas para mí es simplemente -como dirían algunos periodistas deportivos- el peso de la historia.