miércoles, 9 de junio de 2010

Que comience la función...

Algo extraño sucede con la percepción del tiempo en la antesala de un Mundial. Parece que el reloj no quiere hacer su pega o que juega intencionalmente con nuestra impaciencia. Pienso en tantos otros que, tales como yo, aguardan con desesperación el inicio de la mayor fiesta deportiva del orbe, aquella que funde a un país completo en un sueño colectivo cada cuatro años.

El Mundial es un evento que estremece a los fanáticos, pero también mueve los sentimientos de los más escépticos, quienes seguramente algo tendrán que decir para no quedar al margen de la conversación que girará sobre un solo tema durante un mes. En el caso de los más reacios, no hay mucho que hacer. Ellos seguirán creyendo obstinadamente que el fútbol no tiene otra ciencia más que correr detrás de una pelota.

Probablemente se aburran o pataleen. Le echarán la culpa al fútbol de todos los males, lo sindicarán como un arma de las elites para aplastar las conciencias críticas o simplemente pedirán espacio para temas más relevantes. Olvidan que la tesis que lo apuntan como “opio del pueblo” es uno de los tantos enfoques en que el fútbol se puede analizar, no siendo el único.

Es más -y aquí concuerdo con dos antropólogos brasileños que hicieron un estudio notable del fútbol como fenómeno cultural, altamente recomendable *- dicha visión empobrece el debate pues ignora que el fútbol trasciende las fronteras de la cancha, se involucra con las esferas más amplias de la sociedad y merece ser tratado con la seriedad debida por las ciencias sociales.

Sólo es cosa de ver cómo los intelectuales han mirado con desprecio al fútbol, asumiendo que detrás del fenómeno se esconde una mano negra que manipula a las masas como marionetas. O más grave aún, algunos ni lo consideran digno de mención pese a la devoción que genera en buena parte del mundo. Pero por suerte los futboleros tenemos a otros que son capaces de mirar más allá de su propio ombligo como Galeano y Vázquez Montalbán, que sí han podido enlazar fútbol con –por ejemplo- política, lo que para muchos es equivalente a mezclar agua con aceite.

No se trata tampoco de absorber con total sumisión todo lo que proviene de los medios sobre este Mundial. Es más, Galeano no esquiva en su análisis -siempre crítico- el daño irreparable que ha provocado la salvaje irrupción del dinero dentro del fútbol, robándole parte de su tesoro más preciado: el amor por la camiseta, la irreverencia o, más concretamente, el jugar por jugar, como diría Sabina.

A dos días del pitazo inicial aún me aferro a la íntima esperanza –tal como Galeano- de que algún “descarado carasucia” pueda romper los esquemas de este fútbol conservador que el negocio lucrativo se ha encargado de moldear. Y si no se da, como es esperable, presiento que nosotros, los que nos criamos comiendo fútbol, estaremos igual frente a la pantalla expectantes, dichosos y afortunados por ser partícipes de una nueva fiesta, más aún ahora que la selección chilena vuelve a las grandes ligas después de 12 largos años.

Tampoco puedo dejar de asociar a los Mundiales con una parte significativa de mi historia de vida. Lamenté que mi hermano haya hecho pedazos mi álbum de México 86; no pude ver en vivo el salto del camerunés Omam-Biyik contra Argentina en Italia 90 por mis deberes de alumno; me sobrecogí con el crimen del colombiano Andrés Escobar en Estados Unidos 94; también empapelé a chuchadas a Bouchardeau y no pude evitar el llanto cuando el austríaco Ivica Vastic nos clavó esa daga que aún no se borra en Francia 98; madrugué para ver cómo por centímetros Uruguay no podía clasificar a segunda fase en Corea-Japón 2002; y también maldije a Materazzi apenas consiguió sacar de sus casillas a Zidane, quizás el último gran genio que tuvo el fútbol mundial.

¿Qué recordaremos de Sudáfrica 2010? Dentro de un mes y dos días lo sabremos. Que el reloj se apiade de nosotros. Que comience la función…

* "Fútbol y cultura" de Ruben G. Oliven y Arlei S. Damo.