miércoles, 20 de febrero de 2008

Réquiem por un Piojo

Me permito hacer un breve paréntesis a las crónicas de mi viaje a Argentina, porque la mañana de ayer fue anormal. O sea, fue normal hasta que encendí el computador, visité Emol.com y me enteré del fallecimiento de Benedicto “Piojo” Salinas, víctima de una enfermedad hepática. Un payador de clase excelsa, masivamente no tan reconocido; sí por quienes han seguido de cerca su trayectoria vinculada al canto popular.

No sé por qué cada vez que muere un cantor, algo de mí se remece por dentro. Me sucedió cuando nos dejó intempestivamente el Gato Alquinta, Richard Rojas y muchos otros “imprescindibles”. No me pasa lo mismo con un político muerto (salvo muy honrosas excepciones), ni con un animador, ni menos con un periodista, no sé. Debe ser parte del encanto que tiene el arte, ni idea.

Lo del Piojo Salinas me sobrecogió en particular porque tuve el placer de entrevistarlo junto a Gaby hace poco más de un año, cuando habíamos concluido nuestra tesis sobre las peñas folklóricas en dictadura y decidimos prolongar la investigación para un futuro libro (vamos LOM que se puede).

Entre los testimonios que recogimos, un sinfín de personas vinculada a las peñas destacó la calidad de su trabajo artístico siempre cruzado por el humor y la picardía. Y en tiempos de oscurantismo, donde sacar una sonrisa implicaba un esfuerzo supremo, siguió cautivando a su público tal como lo hacía antes del golpe. Por esto siempre creímos fundamental conseguir ponerlo al frente de nuestra grabadora (o pen drive, para ser más modernos).

Tan tardío encuentro tiene su explicación. La principal es que ni siquiera consultando a las personas e instituciones más ligadas a su arte (léase Jorge Yáñez, Manuel Sánchez, Moisés Chaparro, Sindicato de Folkloristas) pudimos dar con su paradero. Hubo teléfonos de por medio, aproximaciones un tanto difusas de su domicilio, pero no pasaba nada.

La incertidumbre siguió rondando hasta que un hecho puramente fortuito cambió la situación. Un día equis tomé un taxi en la esquina de Independencia con Einstein. Minutos después, le conté sobre nuestro libro al chofer, quien resultó ser el sobrino del Piojo Salinas. ¡Plop! Me explicó no tan claramente cómo llegar a la casa de su tío. Lo cierto era que don Benedicto vivía en la calle Barón de Juras Reales, Conchalí, a la altura de la plaza El Cortijo.

Pasaron los días y esa calurosa tarde estival de 4 de enero de 2007 (todavía en micros amarillas, qué recuerdo) nos bajamos sin saber con qué nos encontraríamos. La cosa es que llegamos a una casita, creo que de madera, con algunas latas, extremadamente modesta, casi como pidiendo clemencia. Y por la puerta –supusimos- asomó él, con su tupida barba blanca y su mirada un tanto perpleja. Le solicitamos la entrevista por tal y tal tema. Esperamos sólo un rato afuera y conversamos en la plaza El Cortijo, pocas cuadras más allá.

Los cuarenta y tantos minutos que duró el encuentro, recuerdo haberme sentido muy consternado. Porque sin conocer su historia al dedillo, con Gaby sabíamos de un detalle estremecedor: en 1986, personal del GOPE entró a su domicilio y asesinó a su esposa, hijo y cuñada, trauma que lo acompáñó hasta el resto de sus días. En ningún momento de la grabación logré apartar de mí un sentimiento de lástima; pude observar su rostro y advertir esa amargura tan propia de las personas que pierden a un ser querido trágicamente.

Por supuesto, sobre aquella jornada macabra no quisimos indagar. Una, por ética profesional y, otra, porque no venía al caso; el asunto era preguntarle sobre las peñas en dictadura, así que simplemente no.

Igual Salinas conservaba ese humor a flor de labio. Echó sus tallas, tiró garabatos, nos contó incluso de un lema muy difundido en las peñas bajo la represión militar (“con la metralleta en la raja, hasta quién no trabaja”). Habló de sus inicios en el conjunto Millaray, su popularidad en la peña Chile Ríe y Canta, su cargo en la Secretaría General de la Presidencia de la República durante el gobierno de la UP, sus clases en la Universidad de Chile y en la UTE de Valdivia y muchas cosas más.

Pero una vez consumado el golpe –nos decía- los buenos tiempos se esfumaron. Y el Piojo se vio obligado a seguir su romería guitarra al hombro con el fin de recaudar esos pesos tan necesarios para la subsistencia. Estuvo en casi todas las peñas post-golpe y comandó el “boom” de la paya durante los años ochenta.

Lo quería dejar para el final, aunque tenía dudas si publicarlo o no, pero don Benedicto luego de la masacre que afectó a su familia se había sumergido en la bebida, sin escapatoria. Por algo costaba tanto ubicarlo en algún domicilio fijo; el dolor lo sobrepasó a tal punto de refugiarse en uno de los más lúgubres caminos. No sé si esto habrá sido la causa de su afección hepática: probablemente sí.

El punto es que tanto en aquella entrevista como la mañana de ayer, me invadió una desazón inexplicable por una persona que vi una sola vez y que se despidió como un anónimo más, como se despiden casi todos los cantores populares en Chile. Ahí es cuando uno cuestiona las injusticias que muchas veces nos tiene deparada la vida. Tal como le pasó al Piojo, quien diseminó tanta alegría en los escenarios y que sin embargo la vida le retribuyó con paupérrimas noticias. De las más horrendas que un ser humano puede recibir y debe soportar.

Al finalizar la mentada entrevista nos contó que en un momento se hastió de la música y decidió regalar los instrumentos a sus hijos. Al poco tiempo, eso sí, desistió y empuñó nuevamente la guitarra: extrañaba los aplausos y el contacto con la gente. Bendito arrepentimiento. Con esto, al menos nos quedó toda la seguridad de que si se fue, lo hizo cantando. Como debe ser.

3 comentarios:

Milay dijo...

Que vida!! Parece que es la tónica del buen artista. Ya le ha pasado a muchos. Que siendo tan buenos, han muerto en la miseria, y casi en el anonimato.
Y pucha mi pelaito, ya casi me haces llorar. La historia está muy bien contada. No "Datos duros" como me dijiste. Está muy buena.
Pero me queda una duda: ¿Todavia tienes la entrevista? Podrías publicarla por el blog, eso estaría buenisimo. Te lo aplaudiría.
Te dije que no escribieras algo tan corto, me quedé con ganas de saber más. Viste? jaja
Un besito. Se me cuida mucho.
Milay

Coke dijo...

Brindo por el piojo
por su hermoso legado
y pongalé mucho ojo
ke su kanto está regado
por la memoria de los ke respetan
y ke aprecian al cantor
tus versos no se agrietan
aunke vuestra guitarra es mi dolor
Kanto ke hoy mal me sales
por ke tu kanto ya no sale
de flores un bello manojo
esta humilde paya para el piojo.

Marisol dijo...

Muy elocuentes recuerdos, Cristián. Me han parecido más reveladores que cualquiera de los breves obituarios publicados en diarios hasta ahora.