sábado, 1 de marzo de 2008

Los 100 caminos de Atahualpa Yupanqui

“Y aunque me quiten la vida
o engrillen mi libertad,
y aunque chamusquen quizá
mi guitarra en los fogones,
han de vivir mis canciones
en l’alma de los demás”.

Don Atahualpa Yupanqui


Hay segundos, minutos y horas en que lo único que quieres es congelar el tiempo y dejarte llevar. Hace mucho dejé de creer en la eterna felicidad y a cambio me convertí en un fiel devoto de los instantes felices, idílicos, deslumbrantes, casi irreales, que por cierto trato de exprimirlos con la fuerza de un huracán. Y ahora los quiero recordar, un poco también para resistir la aparición de marzo y toda su maldad inherente de comerciales y útiles escolares varios.

Precisamente uno de esos momentos lo viví en el norte cordobés el pasado 30 de enero, cuando se celebró el centenario del más grande exponente argentino y tal vez latinoamericano de la canción folklórica: don Atahualpa Yupanqui. El mismo que a partir de su irrenunciable amor por la tierra supo descubrir las penurias de la gente más desposeída y plasmarlas en bellísimas melodías. El mismo que demostró que la escuela de la vida es la mayor fuente de aprendizaje y sabiduría.

Don Ata, como se llama respetuosamente a Héctor Roberto Chavero –su verdadero nombre- en Argentina, hubiese cumplido 100 años el 31 de enero, pero la vigilia se programó durante la noche del 30 en las faldas del Cerro Colorado, el mismo lugar donde él escogió vivir. Ahí cantaría Jairo en su honor, junto al bailarín Juan Saavedra y el guitarrista Juan Falú. O sea, era una verdadera fiesta, imperdible para los amantes de la obra de este “caminante que mucho ha caminado”.

De todo esto me enteré sólo unos pocos días antes de la velada. Mientras soporté la lluvia intermitente en el escenario principal de Cosquín el jueves 24, un chico argentino me comentó sobre la actividad, sobre Cerro Colorado y su entorno, y sobre la casa-museo que conserva los tesoros yupanquianos. Así que, cálculos por aquí, cálculos por allá, con unos mínimos sacrificios mediante, debo decir que me sentí un privilegiado cuando por primera vez pisé la tierra que don Ata asumió como su refugio irremplazable.

Durante la mañana, las callecitas del pueblito de Cerro Colorado anunciaban la fiesta: afiches con la figura de Yupanqui, preparativos de puestos artesanales, extractos de sus poemas y sus canciones colgados de los postes, incluyendo aquellos sublimes de esa monumental obra titulada “El payador perseguido”.

Mientras los organizadores ultimaban detalles para el gran espectáculo nocturno, opté por empaparme del entorno donde dejó huellas don Atahualpa. Así que junto a un amigo uruguayo y otro argentino que venían a lo mismo, subimos el mítico Cerro Colorado. Con algunas dificultades alcancé la cima –aunque lo peor fue la bajada- producto de mi paupérrimo estado físico, aunque como dice la canción, lo importante no es llegar primero, sino saber llegar. Y cumplí. Total, no era el primer cerro que había subido en Córdoba.

Resulta que este uruguayo conocía como la palma de su mano la vida y obra de don Atahualpa; vivía en Buenos Aires, era un difusor cultural de renombre que había compartido con importantes músicos de su país y tenía conocimiento acabado del mundo radial. En las caminatas entremedio de los mansos ríos y el sol resplandeciente de aquella mágica tarde, sentía que cada minuto me impregnaba un poco más del espíritu aventurero de don Héctor. Incluso mi nuevo amigo uruguayo sabía cómo el cantor quedó embrujado de Cerro Colorado hasta transformarlo en su aposento. La verdad, una historia fascinante, digna de difundir, muy cercana a la leyenda, pero que quedará para otra oportunidad.

La espera para ingresar al museo-casa fue eterna. A medida que se acercaba la hora de reapertura (es decir, las 4 de la tarde) cada vez más gente se apostaba en las afueras. Personas que no podían comprender por qué el museo, dada la ocasión excepcional de los 100 años, no tenía las puertas abiertas todo el día… Ojo, aspectos a corregir para el bicentenario de don Atahualpa.

Pero tanta espera valió absolutamente la pena una vez que pagué mi entrada. Fue algo así como ingresar en un túnel del tiempo del que no quieres escapar, los pasos de Atahualpa se sienten por los rincones de su casa; cartas, atuendos, instrumentos y esa clásica imagen de su gesto serio, atento y cabizbajo contemplando su inquieta guitarra. En el patio, pequeños bloques de piedra con frases que ya quisieran integrar un compilado de grandes citas de la humanidad. Ahí se llega a comprender por qué dedicó tanto tiempo a componer para su amado “cerro de piedras pintadas”. Claro, con ese río, con ese entorno natural, y con este telón de fondo que es el cerro, entendía perfectamente sus añoranzas por este terruño mientras alzaba el vuelo por todo el orbe.

Aquí fue cuando consolidé mi afición a los museos-casas y mi absoluto rechazo a los museos tradicionales, cuyas paredes parecen mucho más estáticas e inertes. Acá, en cambio, la historia realmente se palpa, se respira, se imagina qué hacía Atahualpa en tales instantes de su vida, cómo dormía, qué cantaba en sus pasajes tristes, cómo compartía con sus paisanos y su familia. El asunto es que pocas veces percibí tanto respeto por parte de los turistas hacia el lugar. Todos parecían interesados en involucrarse carnalmente con la obra de don Ata. Prueba de ello es el silencio reinante mientras la guía de turismo relataba los avatares de su vida, sus reflexiones siempre mordaces, sus años de persecución política por parte del peronismo, su breve afiliación y posterior renuncia al Partido Comunista que, por supuesto, le acarreó enemigos de todo tipo.

Y ahí, debajo de un roble, tal como él lo pidió, en el mismo patio de su morada, yacen las cenizas del “payador perseguido”, un hombre que supo extender la mirada mucho más allá del follaje de los árboles. Que tuvo la ocurrencia de cambiar su nombre original por el del primer y último monarca inca y que sólo después verificó que las palabras rejuntadas querían decir algo así como “el que viene de tierras lejanas a contar”.

Antes de retirarme de este viaje por la historia del canto latinoamericano, felicité a uno de los guías por la atención dispensada y por lo bien conservada que se halla la casa a pesar del transcurso de los años. Le conté sobre la influencia que ejerció la obra de Atahualpa en la música chilena y sobre lo significativo que representó para mí participar en los natalicios de tal vez las figuras más importantes de la canción latinoamericana de todos los tiempos: el año pasado, los 90 años de Violeta Parra en el Parque O’Higgins y hoy los 100 años de don Ata… en su propia casa.

Claro que ahora me pongo a comparar los homenajes y, en realidad, no vale la pena. Sólo para muestra un botón. En el acto de vigilia por Yupanqui, Jairo fue escuchado con un respeto envidiable y la prensa cordobesa y nacional destacó con grandes titulares la ocasión. El año pasado, mientras Isabel Parra con algunos miembros del Inti Illimani interpretaban “Canto para una semilla” de Violeta Parra y Luis Advis, un grupito de jóvenes tocaban batucadas por su cuenta, sin tapujos, sin ninguna conciencia ni consideración por el que está en el escenario y sólo unos pocos medios de prensa cubrieron el evento… Singulares diferencias que demuestran los matices de la valoración a los creadores propios, a uno y a otro lado de la cordillera.

Luego de esta pasada por Cerro Colorado quedé cada vez más convencido que la riqueza de un país no sólo se debe medir en crecimiento económico, niveles de inflación o cosas por el estilo. Los pueblos siempre se mantienen en pie mientras conservan en su memoria a sus referentes culturales, aquellos que se preocuparon de extraer de la tierra misma sus padeceres y sus alegrías. Y en eso, don Atahualpa fue y sigue siendo un verdadero emblema.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una vez más tu texto me ha dejado maravillada... esa capacidad tuya para incentivar a la gente a saber más y a reflexionar de las cosas sencillas, pero importantes.... en fin... Lo del homenaje refleja, precisamente, lo que hablabamos el otro día respecto a las comparaciones y taaantas diferencias entre los extranjeros y nosotros... kién está bien?? kién está mal??? ké hay ke aprender??? Sin duda ke muchas cosas, lo bueno es ke por lo menos nosotros lo tenemos más ke claro y por algo se empieza....

un abrazo


AndreA

Milay dijo...

Pelaito:
Qué puedo decir, tuve el agrado de leerlo antes de que lo publicaras, e insisto que es como un cuento, me trasladé a esos lugares, mirando a la gente, leyendo los anuncios, pude ver esos cerros maravillosos de los que hablabas. Muy bien contado, es increíble como puedes dar una experiencia, que ahora después de leerla parece también ser mia.
Un abrazo y un beso