jueves, 31 de julio de 2008

Por el sendero del Indio

El hombre que aparece justo a la izquierda –era que no- curiosamente podría ser considerado uno de los grandes olvidados de ese gran movimiento que se llamó Nueva Canción Chilena.

Ese mismo personaje, de pómulos salientes, tez morena, melena al viento y extremadamente delgado, se entregó por entero con tal de recuperar y hacer perdurar en el tiempo esas tradiciones que de no ser por su intervención se hubiesen perdido en las cenizas del olvido.

Por eso, el homenaje que se le brindó ayer a Héctor Pavez Casanova en la Sala SCD Vespucio no pudo ser más oportuno para un artista que impactaba con su sola presencia, dueño de un vozarrón capaz de conmover al más imperturbable y cuya partida el 14 de julio de 1975, pleno exilio en Francia, no hizo más que ahondar la pesadilla y orfandad de aquellos tristemente célebres años.

Pero por suerte el “Indio” Pavez -bautizado así por un papel de “ona” que desempeñó en la obra “Fuerte Bulnes”- se pudo clonar en su hijo, el “Gitano” Pavez, a quien le heredó no sólo su parecido físico, sino que su pasión, talento y valentía en custodia de nuestros valores culturales más elementales.

Precisamente Héctor Pavez Pizarro, hijo también de una gigante como Gabriela Pizarro, encabezó junto a su Folkband un emotivo tributo que se extendió por más de tres horas y que contó además con la presencia de Diego Dana, Jorge y Marcelo Coulon, Alexis Venegas y Chamal.

Un poco de su vida

A Héctor Pavez Casanova, el “Indio”, se le reconoce un papel clave en la recopilación folklórica en el archipiélago de Chiloé, aunque sus orígenes no están allá, sino que en un barrio santiaguino que respira historia por todas sus paredes. El barrio San Eugenio, allá cerca de la calle Exposición, de pasado ferroviario, donde todavía yacen varados los oxidados trenes de la maestranza, donde aún resuenan los ecos de un gol en el estadio del mítico Ferro-Bádminton, ese fue el sector donde el pequeño “indiecito” iniciaba su aventura.

Actor por instinto, cantor por opción. Esa podría ser una frase que resume la vida de este verdadero gestor cultural, que una vez hechizado por el folklore, quiso impregnarse de la vida de los chilotes. Y grabadora en mano, rincón por rincón, supo de sus ricas tradiciones, pero también conoció el esfuerzo diario y la segregación de sus habitantes. Comenzaba a forjarse en él las primeras luces de su conciencia social.

Al “Indio” le debemos el rescate de una obra tan popular en nuestro cancionero como “El lobo chilote”. Le debemos también, ya en su fase más política y comprometida con el gobierno de Allende, “La cueca de la CUT”, popularizada por Inti Illimani.”. Y aunque siempre dejó en claro su simpatía por las políticas adoptadas por la UP, nunca perdió de vista su vocación de seguir proyectando el folklore de Chiloé.

Lamentablemente la salud le empezó a jugar una mala pasada en 1973, fecha de pesares y angustias, de dolores y tormentos. Su corazón padecía una afección y hubo que instalarle una válvula para que respondiera adecuadamente en julio de aquel año. Tal vez fue un aviso de que el mes de la patria no sería del todo benevolente.

Y bueno, llegó el golpe, y como tantos artistas identificados con la canción social, pasó a engrosar la “lista” de los perseguidos por el régimen. Pero se negó a guardar silencio. Por eso junto a otros artistas planificó una reunión ante algunos oficiales para pedir explicaciones por lo ocurrido con los cantores, encuentro que detalló a René Largo Farías en su exilio.

¿Las respuestas? “El folklore del norte no es chileno”, “la Cantata Santa María es un crimen de lesa patria”, “nada de flauta, ni quena, ni charango”.

Pavez partió al exilio en 1974 y desde Francia siguió denunciando las tropelías que cometía la dictadura en Chile, por supuesto, empleando el arte como herramienta política. Pero su “corazón maldito”, enfermo de salud, de destierro, de añoranza, de angustia, de “andén” (como diría Patricio Manns), le informó que era preferible no continuar su aventura terrenal. Y se despidió sin previo aviso.

Hoy sus restos mortales descansan en el mismísimo cementerio Père Lachaise, aunque se rumorea que su maltrecho corazón partió en un viaje expreso rumbo a su amado Chiloé para retomar su color y vitalidad.

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